La Concha es
una de las tres partes en las que se divide la morfología externa del caracol y
sin duda la más reconocible. Debido a su dureza sirve de protección contra los depredadores y las condiciones
climáticas adversas. Está compuesta en un 98% por sustancias minerales, mayormente
carbonato cálcico y en un 2% por materias orgánicas. Su peso representa
aproximadamente un tercio del peso total del animal, frente al 50 % del peso que representa el pie. Pese a su
resistencia, se ve muy afectada por las condiciones ambientales, en un ambiente
muy húmedo la concha se vuelve delicada
y puede volverse de un tono más oscuro, por
el contrario, si el ambiente es seco se vuelve más dura y su tono más
claro.
Al nacer el
caracol, ya posee una pequeña conchita, que se conoce con los nombres de concha
embrionaria o protoconcha, no está unida al cuerpo. Para formarse el caracol la
segrega en el borde de su manto a partir del calcio que absorbe. En caso de que
la concha por cualquier causa sufra
algún tipo de desperfecto se repara gracias a estas secreciones. El
borde de la concha se le conoce con el nombre de peristoma. Cuando el caracol está
creciendo el peristoma es delicado y muy
delgado, pero cuando termina su crecimiento se da la vuelta y se
retuerce proyectándose hacia el exterior, lo que significa que el animal ha finalizado su crecimiento, se le puede considerar
adulto y se encuentra preparado para reproducirse. También ocurre que el
caracol sea adulto sin que el peristoma se haya dado la vuelta y viceversa, pese
a que no es lo común.
Las franjas longitudinales que vemos en las conchas son simplemente
decorativas, no obstante su aparición
está estrechamente ligada a la luz. Son diferentes entre sí, tanto en
su tono como en su tamaño e indican ciertos estados por los que ha pasado el
caracol. Cuando el caracol pasa por un estado de inactividad las franjas
aparecen gruesas y marcadas. Estas líneas dejan de aparecer en la concha del
caracol cuando este se convierte en un individuo adulto.